El Secreto Masónico

El Secreto Masónico

El Secreto Masónico

viernes, 17 de octubre de 2008

La venganza del Mantuano (Perpetuada en Miranda en la Carraca.) Eloy Reverón

Antes de invitarlos a realizar una reflexión en torno a la vida de Francisco de Miranda, es necesario poner en claro la necesidad de subrayar algunos aspectos de la concepción de la historia con que lo hemos abordado. Comenzamos por señalar que tanto los hechos como los personajes históricos adquieren vigencia en la actualidad, según las circunstancias de cada presente. Lo único real es el instante presente, lo que conocemos como pasado es lo que le da sentido, y nos orienta en la posible resolución de algo, más incierto aún, como lo es el futuro. El pasado constituye entonces una referencia, más o menos sólida del camino que nos condujo a la única realidad, el aquí y el ahora.

Lo que va de siglo XXI se puede calificar o reconocer como tiempos de cambio. Esta realidad de nuestro presente nos obliga a plantear la necesidad de cambios en la manera de percibir la historia, y sobre todo, de cambiar la manera de interpretar la visión que poseemos de nuestro pasado.

Este taller comienza por revisar una historia, cuyo discurso ha obedecido a la justificación ideológica y moral de la política y del sistema de valores que prevalecieron en los tiempos primordiales del nacimiento de nuestra nacionalidad, y de los sistemas políticos y económicos correspondientes a los siglos XIX y XX.

La característica esencial de nuestro tiempo es que aspiramos a que los cambios nos conduzcan por derroteros de liberación latinoamericana cuya estrategia nos conduce a movimientos tácticos orientados a la unión de políticas económicas en defensa de intereses comunes. En este sentido el interés por Miranda, el tiempo y el espacio donde se desarrolló su vida adquieren un interés diferente en las actuales circunstancias.

Para tales objetivos venimos realizando una serie de investigaciones y círculos de estudio que nos permitan, de manera colectiva, ir construyendo una visión histórica cónsona con la actualidad. Pero sobre todo, que sirva de fundamento para los cambios culturales que requiere cualquier proceso que se precie de revolucionario.

Pero simultáneamente a esta reconstrucción histórica, dialéctica y necesaria en todo tiempo, se requiere el desmontaje del discurso histórico que construyó la clase dominante para sus objetivos neocolonialistas, que ya venían diseñados desde la construcción de la Modernidad, dentro del marco histórico de ese espacio geográfico que recorrió Miranda con una visión liberadora, pero que al mismo tiempo coincidía con el proceso para diseñar lo que conocemos como Europa, la cual venía dejando de ser la periferia del mundo, para constituirse en la cultura dominante, en el centro que arrastraba al resto de la humanidad hacia la periferia. En este sentido la construcción de un mundo multipolar es un reto que impone la necesidad de revisar aquel discurso, y aquella razón, no solo por la razón misma, sino en su contenido ideológico que justificó la violencia, la dominación, y una supuesta superioridad de un occidente, que desde nuestra perspectiva está realmente en nuestro oriente. Haciendo esta advertencia, esta mención al eurocentrismo tocaremos un aspecto de Miranda. El contraste de un incansable viajero ilustrado, con cuatro décadas de experiencia mundana reducido a la imagen de la celda de una Carraca imaginada por un connotado pintor venezolano, quien reprodujera la imagen, después de casi un siglo de ausencia.

Cabría preguntarse en primer lugar: ¿Porqué ha prevalecido aquella imagen ruin del Miranda en la Carraca y no la del ilustrado oficial que después de participar en la guerra a favor de la independencia estadounidense recorrió un mundo en proceso de transformación política con una visión liberadora de su patria, la América hispana?. Luego valdría esclarecer ¿Qué intención ideológica se esconde tras la idea de conformar un icono con la parte más oscura de su vida?

Es difícil imaginarse a un Eduardo Blanco, autor de la Venezuela Heroica, reproduciendo una imagen anacrónica con que el pintor Arturo Michelena ilustra su habitación en la Carraca. Como una cárcel gomera fue calificada por el investigador don Pancho Herrera Luque, quien hiciera sus investigaciones en Sevilla, y pudo apreciar por dentro y por fuera la edificación gaditana. Pero sobre todo, desde la visión de un estudioso de la psicopatología del ser humano del presente y del pasado.

Esa imagen iconográfica no nos presentó al hombre a quien, ni siquiera un carnicero como Monteverde, se atrevió a ponerle un dedo encima, al reconocer en él, a una presa con demasiada jerarquía como para asumir semejante responsabilidad de fusilarlo.

Bajo un punto de vista diferente al que hasta el presente se ha enfocado, esta magistral obra de arte puede delatarse como la venganza perpetuada por el bloque social de los mantuanos, al encargarla al pincel de Michelena; utilizando la figura de Eduardo Blanco, quien posara como modelo para la imagen, que no solo desmerece al presidio gaditano, si no a la honra de las autoridades españolas que lo trataron mejor que sus compatriotas de Venezuela. La versión de Michelena se corresponde mejor con el trato que le dieron en Venezuela, a las condiciones infrahumanas a las cuales, él mismo relata que sobrevivió en las mazmorras de La Guaira y Puerto Cabello.

No es necesario ser un experto analista, psicólogo, o un psiquiatra experimentado como lo fue el doctor Herrera Luque, para darse cuenta que cuando don Arturo Úslar Pietri, lo calificaba como el más culto y universal de los venezolanos no estaba haciendo más que proyectar la imagen de sí mismo al dibujar con su discurso al Ilustre Sudaca. La diferencia es que Miranda hizo un recorrido de cuatro décadas, siguiendo como un sabueso, no solo el rumbo de la historia, sino el epicentro de las revoluciones más importantes de su tiempo, no solo para dejar testimonio, sino a asumir un papel importante y de serena crítica a las virtudes y vicios de los procesos.

En cuanto a la universalidad, es necesario revisar las disertaciones filosóficas de Enrique Dussel, para explicar que la genuina universalidad, comienza por la capacidad de ver y comprender al otro. En eso, la universalidad europea, todavía está lejos para comprender, o alcanzar la universalidad real. Miranda no solo acusaba la conciencia del otro, sino que ubicaba lo Europeo; donde vale destacar que siempre se les acercó despojado de la mentalidad sumisa y colonizada con que se invistieran sus admiradores, sino que además les instruyó en sus críticas, muchos detalles de civilización como el régimen carcelario, derechos humanos de la mujer, la importancia de preservar las ruinas del mundo greco latino, tratados en su época, con sorprendente desidia.

Cuando Jhon Adams lo calificó ante la prensa estadounidense como uno de los hombres más cultivados e inteligentes que había tratado, no fue algo fortuito. Era el nivel de un hombre betaganmatizado, en un mundo “civilizado” donde los alfabetizados constituían menos del veinticinco por ciento de la población, vale decir, la clase dominante.

De igual manera aquellas mentes estólidas que propagan la imagen donjuanesca de Miranda, desconocen, en primer lugar, su condición de filósofo naturalista, la relación grecolatina o neoclásica de los enciclopedistas que se reflejan en los registros que de su actividad sexual, él mismo elaboró. No difiere mucho del trato que da a otros placeres naturales como por ejemplo, la buena mesa.

Cuando Francisco de Miranda se dirige al Primer Ministro Británico William Pitt. Era el Prócer de la Independencia del País que les había ganado la guerra a ellos, los británicos. Podía mirarlos por encima del hombro, pero debía comportarse como buen diplomático porque necesitaba el apoyo que podían brindarle en su proyecto de independizar a la América Hispana, siguiendo el ejemplo estadounidense. Además mister Pitt era un hombre que manejaba un inmenso poder político.

De igual manera, cuando al historiador Parra Pérez se le hacía agua la boca al descubrir que el nombre de Miranda estaba grabado en el Arca de Triunfo de la Revolución francesa, no pudo imaginarse que, el nombre de Francisco de Miranda era demasiado grande para la ingratitud de la Revolución para con semejante personaje, quién además de exigirles condiciones para prestar servicios a la causa revolucionaria, aunque la intriga y la ingratitud llegó al límite, no sólo de no cumplir con sus honorarios profesionales, sino que lo hubiera sacrificado en la guillotina a no ser por su habilidad diplomática y la elocuencia asertiva para defenderse ante el tribunal. Tampoco cumplieron con la promesa de ayudarle en su causa por la independencia de la América Hispana.

No estaban en posibilidad de sospechar que en algún lugar del planeta lo conocían con el mote del hijo de la panadera, el mismo joven a quien los mantuanos caraqueños no le perdonaban el éxito comercial de su padre, y chismeaban con envidia cuando llegaban noticias de sus andanzas por el mundo. Quizás sea esta última mezquina actitud la que finalmente explique la reducción de una vida pletórica de luz, al oscuro fin donde lo condujo la venganza del mantuano.

Interesados en participar en la Cátedra Mirandina: Favor comunicarse con el autor por eloyivem@yahoo.es o por el 0416 419 55 90 Nos reunimos en la Esquina de Santa Capilla Martes, jueves y viernes de 10 a 12 am

No hay comentarios: